Vale, no es la persona más abierta y simpática del planeta ni tampoco el tipo más afectivo, tal vez un poco misántropo, y vale, sigue soltero, pero nadie dijo que fuera fácil ser uno mismo.
A simple vista puede verse una nariz que cierra en un surco con un mentón casi inexistente, una nuez que hace que su voz sea la última cosa que quieras escuchar en tu vida (si, esa voz robótica) Su mirada carece de expresión alguna, será profunda para otros, pero no para él, sus ojos tienen en su forma, algo que los hace tristes, una peculiaridad más que se une a su larga lista de defectos. Unas cejas pobladas y oscuras hacen de su rostro el de alguien tosco, su pelo, rizado pero sin forma alguna ayuda al mismo propósito que sus cejas, y por algún extraño motivo le obsesiona. Por último y no por eso más atractivo sus labios, siempre sellados, posiblemente para ocultar sus horribles y afilados dientes.
Es, efectivamente, un callo malayo.
Odia la violencia, sus derivados, y a todos sus adeptos, por desgracia eso incluye a un alto porcentaje de gente, con la que desafortunadamente a veces se ve obligado a lidiar. Le encanta la magia, la música y el cine, posiblemente todo esté relacionado… el espectáculo, cuanto más espectaculante mejor.
Aprecia los defectos tanto como las habilidades, es viejo y joven a la vez, contradictorio, confuso, como si tuviese varias personas atadas con cuerdas dentro de él, posiblemente… me esté utilizando para ésta absurda descripción. Sería un alienígena ejemplar, eso explica su interés por los pingüinos y el espacio. En el fondo es como todos, tiene sus días y sus noches, su lista de gente a la que le regalaría, en una caja de cerillas caquitas de hámster por navidad.
Desde que cumplió diecisiete años tiene a la amistad y al amor en busca y captura, como un cazarecompensas sin mapa, ni orden, ni brújula, con la seguridad de que existen escrita en el rostro, igual que los platillos volantes.
Él es así, o por lo menos así lo veía cuando terminé de escribir, hace un rato.
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