Entraba en aquella casa, como el pez hacia el anzuelo, desde las paredes, un olor extraño y desagradable decoraba con torpeza y falsedad aquel ambiente… supuestamente familiar. Todo estaba lleno de lujos, pocas cosas antiguas, no había historias que contar de aquel sitio, era un lugar de paso.
Los ojos de animales disecados miraban horizontes invisibles, sus cabezas son lo único que quedó de ellos, y yo, como un fantasma entre los pasillos lo miraba todo, con ojos curiosos, y con pasos pequeños.
Al fondo comían algo espantoso, para variar, bajo las cabezas, en el salón henchido con el aliento de la muerte, la vergüenza del deseo, y la certeza de ser las mejores personas del mundo.
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