lunes, 5 de septiembre de 2011

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Para que luego duden de la existencia del destino:

En ese sitio flotaban miles de ideas, millones, billones, infinitas… en el aire, demasiado rápidas para atraparlas todas, yo cogí una, alargué mi brazo y la alcancé con la punta de los dedos.
No era una idea, era una persona, real, de carne y hueso, solo le faltaba una cosa, no tenía cara. Esa persona carecía de rostro humano, o a lo mejor si que lo tenía, en cualquiera de los casos ignoraba cómo era.
La persona siempre hablaba de cosas que yo no sabía, empecé a investigar, quería saber más cosas, cómo sabía todo aquello, ¿Era viejo, vieja? No lo sé, aún no lo sé. Siempre estaba ahí, hablando, al parecer con nadie, con el mundo tal vez, y dejé de escuchar, durante un tiempo lo dejé. Hasta que un día... podría haber sido otro, podría haber sido otra hora, podría esconderse en un parpadeo y no volverlo a ver… soltó una chispa de ingenio, una idea, una entre infinitas, la acogí, me gustó y me quedé con ella.

La idea resultó ser un nombre, el de una chica, ¿Me encontró? No lo sé, creo que sí, sabía que tenía que estar ahí ¿Quién? La idea del hombre sin rostro, la chica, cumpliría su función, una que yo desconocía. Con el tiempo ella soltó una idea, una frase, tan devastadora… como la mirada de un ángel hacia nuestro dantesco escenario.
La chica del hombre sin rostro cargó el revólver con su mejor bala, y disparó al monstruo que me arañaba la cabeza con no muy buenas intenciones:
- A lo mejor es verdad lo que me dijo un amigo y puede que esté enamorada de un recuerdo.
Y así es, yo no lo sabía… pero ahora sí, lo sé, yo también estoy enamorado de un recuerdo, de la historia… no de los protagonistas que aparecen en ella, los actores, son solo una ilusión vana.


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