A veces la vida es injusta, no lo digo desde la piel de alguien que ha perdido grandes cosas, sino a través de alguien que ha perdido solo una. Y también puede que pensemos que hemos sacado algo en claro de todo esto, que hemos aprendido una especie de lección vital que nos hará reaccionar de forma distinta en el futuro, que nos hará apreciar los buenos momentos que quedan por llegar. Pero dejadme que os cuente algo, es mentira.
Lo
único que aprendemos cuando perdemos es a ser cobardes, a ser desconfiados, a construirnos
muros que nos ayuden a defender todo cuanto creemos que nos pertenece, y nos
olvidamos de que las cosas que quieren sobrevivir sin duda lo harán por sí
mismas. Aprendemos a odiar a quienes nos han tratado mal, a quienes nos han
herido. En lugar de recordar cómo fuimos capaces de ser felices culpamos a
otros de nuestra desdicha y endulzamos así nuestra propia pérdida.
Nunca
volveremos a vivir lo que hemos vivido, así que dejemos de engañarnos, no hemos
aprendido nada, estamos como al principio, tal vez un poco más solos. Pero
cuando dejemos de estarlo no cometamos la estupidez de creer que sabemos lo que
va a pasar, de que tenemos la experiencia suficiente como para evitar otro
fracaso más, porque entonces el único fracaso estará en nosotros mismos.