Las malas
lenguas lo habían visto correr enfurecido, chocando contra los árboles; lo
habían visto aullar desnudo en mitad del
bosque, extendían el rumor como un veneno en la sangre… matando cada
célula de humanidad, de optimismo, cada raíz que se adentraba en su nuevo
destino. De esa forma su pasado trataba
de hacerse un hueco entre su presente, intentaba escribir con su pluma los
versos por los que debía pisar, intentaba encerrarlo en una jaula de mentiras
bajo una llave que nunca alcanzaría.
Olvidar era todo su trabajo, pero en realidad seguía echando de menos hacerlo en alguna casa
ajena, el sabor de unos besos insípidos, la vida sin preocupaciones en el viejo
valle, echaba de menos todo aquello. Algunos nunca lo habían visto despedirse,
odiaba las despedidas, decía que así
todo parecía más intenso, como si en cada segundo viviese cien años, como si la
ocasión nunca se volviese a repetir… y así era.
Las letras
de ese nombre están grabadas a fuego en lo más profundo de su corazón, donde
las lágrimas no llegan. Pero le estaba prohibido volver a hacerlo, le estaba
prohibido volver a amar.